Reflexiones propias sobre el inicio de mi camino en la sanación del duelo

Quiero compartirlas para reflejar parte de mis emociones cuando empecé a tomar consciencia de qué ocurrió en mi vida y qué me ayudó a salir adelante.

Realmente pienso que nunca hice duelo de nada. Ahora me doy cuenta de por qué. Hacer duelo supone atravesar ese dolor, autocuidarte, autoamarte, autoresponsabilizarte de tu emoción, todos esos “autos” que se dan por hecho pero muchas veces los obviamos… Correr un velo y no enfrentarlo.

Hay que observar qué pasa con tu vida en ese momento, qué puedes hacer para cuidarte, mejorar… etc. ¿Qué ocurre cuando no desarrollamos esos cuidados?

En mi caso. Me quedé ahí, esperando que pasara el tiempo. Esperando que de alguna forma todo eso se fuera, desapareciera. Mirando siempre fuera. Ocultando, capa tras capa, todos esos dolores.

Aquella amiga de la infancia que cambió de provincia, aquella otra del colegio que luego no fue tal, aquellas situaciones en casa que me hicieron sufrir, aquel primer amor que tanto dolió, aquél…. Aquélla…. Luego vino la muerte de mi abuela, luego otra amiga dañina, luego mi separación, luego se fue mi casa, luego una nueva pareja también dañina…. Se marchó mi padre. Y con su marcha, ya no pude sostener todo eso. Y el Universo, la vida, me dijo ¡basta!

El trabajo, mi gran recurso para volcarme, para consolarme, para no pensar en nada mas… Ahí me sumergí. Pero también aquello desapareció. Ahora veo por qué, y lo agradezco.

Después no me quedó más remedio que mirar adentro, porque lo de afuera ya no estaba. Llegó mi curso de Gestalt y mi curso de Acompañamiento de Duelo. Ahí fue cuando empecé a observarme, a ver qué había hecho con mis duelos, cómo los había traspasado, y cómo estaba ahora.

En ese momento me di cuenta que estaban todos amontonados, pendientes de solucionar, deseando ser sanados, deseando ver un hueco de luz para poder trascenderlos. Fue algo caótico, los duelos, yo, mis dolores, mi entorno…

Ahora sigo ese camino, más tranquila, mas serena, más sosegada. Viendo que aún quedan cosas por resolver, pero voy poco a poco, paso a paso.

Una madeja emocional muy enredada requiere de paciencia, de constancia y de armonía amorosa.

Cada vez me miro más al espero y cada vez encuentro cosas nuevas en mí que antes no veía.

Cada vez me siento más a gusto en mi compañía. Cada vez agradezco a la Vida que todas estas cosas hayan pasado, porque gracias a ellas, he aprendido.

Antes pensaba que el duelo más difícil fué perder a mi padre. Ahora, quizá por todo lo aprendido, creo que el duelo más difícil que he atravesado es la falta de amor por mi misma. Con ese autoamor, puedo sentir el amor que mi padre me dejó al marcharse (que ahora está en otra forma de energía) y puedo sostener mejor ese dolor de ausencia física. Con ese autoamor puedo sentir el amor en lo externo.

 

Contáctame